Un 31 de diciembre como cualquier otro. Pablito estaba cenando en la casa de su tío, junto a su familia. Allí estaban los abuelos, los primos, los tíos y muchas otras personas que tenían parentesco con él. Los más chicos jugaban y correteaban, los más viejos estaban en cómodos sillones y el resto deambulaba por ahí, riendo, charlando, bebiendo y comiendo. A lo lejos se escuchaba, cada tanto, algún petardo y de cuando en cuando un fuerte sonido sobresaltaba a los distraídos. Faltaba poco para las doce de la noche. Pablito jugaba y corría con el resto de los chicos, cuando vio una figura que no le resultó familiar: Era un viejo, pero no se encontraba en un sillón como los demás. Estaba sentado lejos y solo, casi en el borde del enorme jardín, dando la espalda a la muchedumbre, contemplando quién sabe qué. Pablito se apartó de los otros chicos para aproximarse al anciano. Fue caminando despacio, casi con miedo, hasta estar lo suficientemente cerca. -"¿Cómo te llamas?...
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