En un bosque encantado, vivía un pequeño conejo llamado Nico, quien era conocido por su generosidad y disposición a ayudar a todos los animales del bosque. Si la ardilla Ana necesitaba nueces, Nico las recogía; si el zorro Lucho tenía un refugio roto, Nico lo reparaba; y si la tortuga Toña necesitaba compañía para cruzar el río, Nico estaba ahí, cargándola en su espalda. El conejo trabajaba sin descanso, saltando de un lado a otro para atender las necesidades de los demás. Aunque todos lo apreciaban, muchos comenzaron a dar por sentado su ayuda. Un día, mientras ayudaba a la jirafa Lili a decorar su árbol más alto, Nico se resbaló y cayó. No fue una caída grave, pero al levantarse, sintió un dolor en sus patas traseras. Ese dolor no era solo físico; era también el peso de sentirse siempre necesario para los demás, pero nunca, cuidado. Esa noche, mientras descansaba en su madriguera, Nico miró la luna y suspiró. “Me encanta ayudar a mis amigos, pero ya no tengo fuerzas. Nadi...
que bonito..que apesar de los años el recuerdo de adolescente todavia lo tenga..ps cuando me cogen de la mano me siento en las nubes...
ResponderEliminarhermosa historia..
Que disfrutes esa paz que te transmite,
ResponderEliminarte dejo mis saludos y deseo
tengas un feliz fin de semana.
Una gran verdad......con los años vas adquiriendo,además de la experiecia, mucha paz y tranquilidad.
ResponderEliminarPrecioso,un gesto puede albergar muchas sensaciones y más si es con amor.Un abrazo. PD:Te he dejado un regalo en mi blog^^
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