En un reino de la antigua India en el que se celebraba el banquete de bodas del príncipe heredero; la princesa, bellísima, venida de lejos, había encantado a todos. Sin embargo, no podía ocultar cierta tristeza ... Habían aceptado el compromiso por obligación política.
En el palacio, por el contrario, todo era regocijo y pomposidad.
Llegó el momento cumbre: El brindis por la feliz unión de los cónyuges y de los reinos. Todos elevaron sus copas, expresaron los parabienes y se dispusieron a beber.
En ese momento, un hecho paralizó el corazón de la joven princesa: En el interior de su majestuosa copa se movía una escurridiza serpiente.
¡Qué horror! ¿Qué hacer?
Todos tenían los ojos pendientes en los príncipes.
Como un relámpago, el pensamiento de la princesa se dirigió hacia su padre ausente.
¡Qué tragedia para ambos reinos si esto llegase a sus oídos!
Por ello, consciente de su alta alcurnia y grave responsabilidad, la princesa sonrió amablemente al príncipe y a los asistentes, y cerrando sus ojos, bebió todo el contenido de la copa.
Pronto sitió retorcijones en su estómago y pidió, discretamente, ser llevada a sus aposentos. Allí se acostó ... Sintió el frío de la muerte sobre sí.
El príncipe vino a verla.
—"¿Qué te sucede mi amada?"
La princesa, sin embargo callaba con tenaz mutismo. Estaba dispuesta a llevarse el íntimo secreto a la otra vida, antes de perjudicar a nadie.
El príncipe convocó a su visir ... Éste, a solas con la princesa, quiso sonsacarle la causa e aquel padecimiento. Una leve y pálida sonrisa fue lo único que consiguió como respuesta.
Entonces el visir tuvo una gran idea. Recordó mentalmente, todos los momentos de la ceremonia y recorrió físicamente, paso por paso, todos los lugares donde había estado la princesa.
En un momento esbozó una suave mueca.
Suplicó gentilmente al príncipe que acompañara a la enferma a la sala del trono y allí rogó a la princesa, ubicarse en el lugar de honor que le había correspondido.
Le sirvió una copa de vino y la invitó a brindar.
Pero, ¡Oh Dios mío! La princesa cambió de semblante. ¡De nuevo había una serpiente agitándose en su copa!
El visir desató una estruendosa carcajada. Y, dirigiéndose a la princesa conmocionada, acotó:
—"Discúlpeme, alteza. Mire arriba. Justo, encima de vuestro sillón cuelga del techo una lámpara con adorno de dragones plateados. Compruebe que se refleja en la superficie de la copa y dan la impresión de que en su interior se retuerce una serpiente".
Y el visir. Dirigiéndose al príncipe, sentenció:
—"Señor, LO QUE NO SE ASUME …CREA FANTASMAS".
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