Esta era una hoja que no había caído en el día de su otoño como todas las demás y que, por el contrario, se quedó sola en lo alto de la rama de un árbol cuando ya todas las demás, o habían caído, o habían sido llevadas por el viento, o tumbadas por la lluvia, o desprendidas por el frío. Sólo aquella hoja quedaba allá en lo alto, en las desnudas ramas, y ni se desprendía, ni se aflojaba. No se dejaba llevar por ráfagas ni soplos, ni permitía que las lloviznas la ablandaran, ni se dejaba besar por vientecillos, ni tampoco quería caerse al suelo, así nada más por su propio peso como cualquiera otra hoja caduca. Apenas una que otra vez se balanceaba sin ganas por miedo a caerse y hasta habría que decir que en ocasiones se sentía tentada a considerar aquella resistencia suya especial, aquella anormal adherencia, fijeza y duración; como un indicio de quién sabe qué supervivencia extraordinaria le estuviera reservada entre todas las hojas... Por el momento era algo único, en verda...
bonita historia y sabia moraleja. un abrazo
ResponderEliminarMuy buena respuesta la del profe que además tiene toda la razón.Un abrazote
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